lunes, 27 de abril de 2009

Manéjese con cuidado: Normas y guías de Responsabilidad empresarial

Con las mejores intenciones de apoyar en la diseminación de prácticas responsables se está poniendo de moda desarrollar normas y guías para las empresas e instituciones. La más conocida es la ISO 26000, actualmente en proceso de elaboración con la participación de representantes de las instituciones nacionales de normalización, de la sociedad civil, del mundo académico y en menor escala de las empresas afectadas. Se prepara bajo los auspicios de la institución internacional de desarrollo de estándares, ISO, International Standards Organization. Se espera terminar el proceso de elaboración de las guías para el 2010. Pero también hay normas desarrolladas a nivel nacional, supuestamente adaptándose a la realidad nacional como es el caso de la Norma Mexicana de Responsabilidad Social (NMX SAS20004) y la Guía Técnica Colombiana de Responsabilidad Social (GTC 180) entre otras. También hay algunas normas, que desarrolladas a nivel nacional, aspiran a convertirse en normas de utilización internacional como lo es la Norma para la evaluación de la gestión ética y socialmente responsable (SGE 21) desarrollada por Forética en España.


Algunas pretenden actuar como guías para el comportamiento empresarial y para que las partes interesadas tengan un referente a la hora de juzgar las prácticas responsables, reconociendo que la responsabilidad no puede definirse estrictamente de forma comparable a las normas técnicas, por ejemplo las de la composición de alimentos o las características físicas de materiales o de propiedades de combustible. Estas normas técnicas, por referirse a productos que son susceptibles de ser sometidos a pruebas replicables y estandarizables, son normas certificables. El caso más paradigmático de las normas de RSE, léase nomas de comportamiento, es la ISO 26000, patrocinada por una institución que hasta ahora solo producía normas certificables pero que en este caso, después de amplia discusión decidió que por primera vez emitiría una guía no certificable. Aun cuando la intención es que sea una guía, la tentación será muy alta para que la sociedad civil exija que se verifique o certifique el comportamiento empresarial basado en esta guía (¡no certificable!). No faltaran consultores que respondan muy positivamente a esas exigencias creando certificaciones, no estandarizadas (¿quién certifica la capacidad de los consultores de certificar?). No pasara mucho tiempo antes de que veamos una publicación con un título que mas o menos diga “Indicadores de responsabilidad derivados de la ISO 26000” u otro como “Criterios para la certificación de la guía ISO 26000”. Para muestra un botón: un titular de El Sol de México del 13 de abril de 2009: “Norma ISO 26000 exigirá equidad de género a las empresas”. Ni es norma ni exigirá, pero .......
En contraste con esta “guía”, la SGE 21 nace ya como una norma (privada) que se promociona como la “primera norma certificable”.


Estas normas o guías tienen grandes ventajas en el sentido de que presentan un inventario de prácticas y/o sistemas de responsabilidad que pueden ser sumamente valiosas para guiar la elaboración e implementación de una estrategia de responsabilidad empresarial, para guiar la acción de la sociedad civil, para lograr cambios incrementales en prácticas específicas. El proceso de preparación, generando y diseminando información, educando, buscando consensos, entre otros aspectos es muy positivo para la promoción de la responsabilidad empresarial. Pero, el producto, como toda herramienta puede ser usada bien o mal. Hay que estar conscientes de los costos y riesgos.


¿Qué hay de malo en que haya normas certificables de responsabilidad? ¿Se puede normar el comportamiento responsable? ¿Qué consecuencias tiene para la empresa la existencia de estas normativas?


Empecemos por recordar que las prácticas responsables de las empresas abarcan un espectro sumamente amplio, desde normas laborales y ambientales, respeto a derechos humanos, donaciones estratégicas, pasando por mejoras en la calidad de vida de la comunidad, hasta contribuciones a la mejora de la gobernanza pública. Cierto es que algunas de estas actividades pueden ser normadas, de hecho muchas están legisladas y reguladas por los gobiernos, aunque a veces no supervisadas como sería deseable. Otras son guiadas por acuerdos internacionales, algunos obligatorios otros voluntarios. Otras son mejores prácticas acordadas formal o informalmente a nivel de grupo industrial, pero muchas son prácticas voluntarias de las empresas, adaptadas al entorno y a las circunstancias en que operan. Otras son normas para la preparación de información financiera (GRI) o de revisión de esa información (AA1000), de acuerdo a prácticas de aceptación mas o menos universal. El problema son las guías y normas que pretenden abarcar un gran espectro, las que pretenden cubrir la “RSE” en general.[1]
Hay que recordar que la empresa decide su estrategia de responsabilidad basada en sus capacidades y en el entorno institucional en que opera, las necesidades, los valores y las expectativas de la sociedad. Una misma empresa puede tener diferentes estrategias en diferentes localidades, en diferentes momentos. Un factor importante del comportamiento empresarial es la existencia y actitud de las partes interesadas, que varían de lugar a lugar, de empresa a empresa y en el tiempo. Condicionan en gran medida las prácticas responsables de la empresa.


Las guías y normas suelen imponer un esquema o “planilla” a todas las empresas por igual, independientemente del entorno, de sus partes interesadas, del mercado, de sus capacidades, etc. Pretenden que todas las empresas hagan de todo, tengan prácticas responsables en todos los ámbitos. Sin duda que hay que cumplir con todas las leyes y regulaciones, e ir mas allá de la ley, ya que esta puede ser deficiente, pero pretender normar el comportamiento voluntario tiene riesgos.


Seamos realistas, la empresa no puede atacar todo al mismo tiempo, tiene que priorizar en función del costo beneficio percibido de las prácticas responsables y tiene que tener una estrategia de implementación de la estrategia a través del tiempo. No se puede pretender que de la noche a la mañana sean empresas ideales.


Pero la pregunta mas importante es ¿Conducen estas guías a que las empresas adopten practicas responsables o pueden ser contraproducentes?


Si la guía es certificable o la empresa o las partes interesadas la ven como tal, puede tener consecuencias negativas para las prácticas responsables y se presenta una gran paradoja. Una vez que la sociedad empieza a exigir la certificación, formal o informal, la empresa, para poder tener una buena certificación poco a poco va haciendo lo que le pide la guía, independientemente de si ello es relevante para la empresa, o si ello es lo que las partes interesadas, capaces de influir en los costos y beneficios de la empresa, desean. Puede llevar a la empresa al síndrome de “llenar planillas”, cumplir con lo prescrito, independientemente de si es relevante para la empresa, con actividades dominadas por lo que piden las guías o normas. Es más, induce a la empresa a jugar con las apariencias (“greenwash”) de ser responsable, para mejorar la nota.
Y lo que es mas grave, la empresa puede empezar a ver que a pesar de tener practicas responsables según las guías y una buena evaluación, el mercado no le responde. La empresa se ve frustrada y puede dejar de lado algunas prácticas responsables. Como consecuencia de la presión de las normas puede haber invertido en prácticas responsables que no son las que el mercado de sus productos o servicios demandan.


La empresa debe tener las prácticas responsables RELEVANTES a su mercado de partes interesadas y no pretender hacer de todo. Y estamos hablando de la práctica, no de la teoría. La empresa debe concentrarse en un subconjunto del total en función de sus capacidades y del análisis de las necesidades y expectativas de los que influyen en los costos y beneficios que enfrenta la empresa. De lo contrario, la estrategia de responsabilidad no es sostenible.
Las guías pueden convertirse en normas y las normas pueden llegar a convertirse en un enemigo de las prácticas responsables. Tienen ventajas, pero como toda herramienta hay que saberlas utilizar.


[1] El que este interesado en un compendio de normas y códigos pueden consultar el volumen enciclopédico de Deborah Leipziger, “The Corporate Responsibility Code Book” , Greenelaf Publishing, Londres, 2003.

2 comentarios:

Ramón Morales Crane dijo...

Con el respeto que me merece el Dr Vives, esta visión que presneta sobre las normasy las guías es perversa, Concuerdo en que las empresas no pueden hacer de todo al tiempo, pero Normas como la SGE-21 permiten entender y volver sistemáticas las prácticas (la cual es la mayor debilidad de nuestras empresas y especialmente las LAtinoamericanas), definitivamente se las normas se deben interpretar, y en ese sentido se adaptan a las empresas y a sus entornos. Pensar cuadiculadamente en que una norma prescribe comportamientos es perverso. De otra parte estos esquemas se deben enmarcar en el concepto de excelencia, donde empiezan a tomar sentido y agregar valor para todos los grupos de interés y por supuesto para la organización. Finalmente, las normas nunca serán la panacea, pero ayudan y en una empresa que sea capaz de interpretar y generar criterios (que es la mayor dificultad de los empresarios), se convierte en una ruta válida.

Antonio Javierre dijo...

Muy de acuerdo Prof. Vives, en especial en el último parrafo de la exposición.
Existe el riesgo real de convertir RSC en un lucrativo negocio para consultores, certificadores y otros pájaros voladores.
Una RSC bien entendida es como nos cuenta mucho mas sencilla de lo que parece y además está al alcance de todo tipo de organizaciones, incluidas las pequeñas empresas entre las cuales me identifico.
Felicidades por su acertado e ilustrativo texto.